Érase una vez en la Ciudad de las Rosas que el gallardo duque de Ambaró se reunió con los sabios y juglares del gran y único Reino del Colibrí. Como regalo, el duque llevó una mula que, dijo el duque, creció junto a las fuentes de sus territorios. Al presentar el regalo, mencionó que esa mula era descendiente de una yegua pura sangre y de un burro muy fino. La mula, fiel a su noble ascendencia, era la solución a los problemas de transporte de las mercaderías de la Ciudad de la Rosas y sería el ejemplo para criar más mulas similares en todo el reino y así tener 140 años de paz y prosperidad para todos los súbditos.